viernes, 7 de febrero de 2025

Le plaisir (Max Ophuls, 1952)

Estas tres confrontaciones del placer con el amor, con la pureza y con la muerte, para retomar los términos del narrador, constituyen una de las películas más brillantes de Ophuls y una de las cuales en donde ha alcanzado la perfección de su arte, como en "Letter From an Unknown Woman" y "Madame de". Interpretando libremente a Maupassant, Ophuls da a cada una de las tres historias un tono mayor que reaparece en menor en las otras dos: melancolía en la primera, ironía y júbilo en la segunda, tristeza mórbida en la tercera. Todos estos tonos y todas estas historias conducen inexorablemente a esa gravedad a la cual, en el universo de Ophuls, el hombre no puede escapar, incluso si ha pasado toda su existencia rehuyéndola. En el plano del estilo, "Le Plaisir" representa "la ideal conciliación del impresionismo francés y del barroco germánico" (Claude Beyle). Se observará de paso que ni el pleonasmo ni la redundancia estropean este estilo, sino que al contrario lo enriquecen. ¡Qué más mala idea a priori que hacer describir por el narrador lo que se ve tan bien representado en la pantalla! Y sin embargo, de esta manera, la película nos emociona doblemente, por su relato verbal y por sus imágenes. La técnica particular de Ophuls —movimientos de cámara incesantes e interposición de objetos y de partes del decorado entre esta cámara y los personajes— va aquí más lejos que nunca en la aplicación de sus elecciones. Particularmente en la descripción de las actividades de la Casa Tellier, vistas únicamente desde el exterior del decorado y desde detrás de las ventanas. ¿Cómo justificar esta elección? ¿Y por qué justificarla? Aquí, capricho y genio, artificio y necesidad, se juntan. Se puede decir solamente que Ophuls aparece como una suerte de Asmodeo púdico. La interpretación obedece a la regla de oro que se había fijado de una vez por todas Ophuls: poner grandes actores por todas partes y hasta en los más pequeños papeles. A este respecto, la secuencia de la decepción de los clientes de la Casa Tellier es particularmente regocijante. Los diálogos: es preciso apreciar su economía y esa selección juiciosa practicada en el texto de Maupassant, donde son más abundantes y tienen una función mucho más narrativa. Se enriquecen en Ophuls de añadidos admirables como la frase final de que la felicidad no es alegre. El semi-éxito de la película, de crítica y de público, fue decepcionante para Ophuls y sus admiradores. A continuación, los cine-clubs y las salas de arte y ensayo repararon un poco las cosas. Se murmuró en la época que, si Ophuls no se hubiera obstinado en poner la historia más negra al final y hubiera terminado con "La Casa Tellier", el público hubiera visto la película de otra forma. ¿Pero hacía falta, para complacerle, estropear la arquitectura de conjunto de la película, con los dos sketchs más cortos encuadrando el panel central? Ahí también, capricho y genio, tan bien casados, se ríen de toda crítica.


Jacques Lourcelles. "Dictionnaire du Cinéma — Les Films". 1992

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