El señor Chaplin me estrechó las manos y me dijo: «Llevo en Essanay Studios quince minutos y no sé nada de nada». Había oído que Charles Chaplin había llegado a Essanay de Chicago y me di prisa por conocer las nuevas comedias que se suponía iba a crear aquí. Me encontré con un hombre más bien guapo, con pelo azabache, ojos castaños, que me miraban con tal seriedad, que yo pensaba que no se relacionaban ni remotamente con los de un comediante. De hecho, aunque lo había visto en muchas comedias, no lo habría reconocido.
Me imaginaba un hombre de unos cuarenta años, alto y con una expresión cómica. Es pequeño y a duras penas sonrió durante la media hora de entrevista. Se toma su trabajo tan seriamente como cualquier banquero el suyo.
No portaba ninguna joya. Ningún alfiler de corbata, ningún anillo ni reloj; nada de ornamentación. Creo que, al menos, habrá pagado quince dólares por su traje, aunque yo no me atreví a preguntárselo. Pero me dijo, con un guiño en los ojos, que nada más llegar había sido insultado gravemente por un periodista que lo reconoció, en el primer minuto que pisó Chicago.
«A mí no me importan nada los trajes», me dijo, «pero, cuando salí del tren, un periodista le dijo a su compañero: mira a éste, se mete ciento cincuenta mil billetes en el bolsillo al año y tiene la pinta de un vagabundo».
Cuando le pregunté por la historia de su vida, me pareció, por la expresión de su cara, que estaba perdiendo el tiempo.
«Hay poco que contar», dijo, «nací en un suburbio de Londres hace veinticinco años. Acabé en los escenarios porque no tenía otra cosa mejor que hacer y no conocía otro negocio. Mis padres son gente de teatro y todos mis antepasados también, tan atrás como puedo conocer del árbol familiar. Prácticamente nací sobre un escenario.
»Comencé mi carrera sobre los escenarios a los siete años, cuando hice aparición en un baile en un teatro de Londres. Entonces, aparecí en una obra de Horatio Alger, al estilo de rags-to-rickes ("de la pobreza a la riqueza"). Más tarde dejé los escenarios para permanecer en un colegio —en el Hern Boy's College, cerca de Londres— durante dos años, hasta que, de nuevo, me atrajeron las candilejas.
»Estuve con la compañía de Charles Frohman de Londres durante tres años e interpreté a Billy en Sherlock Holmes. Vine primero a Estados Unidos con Fred Karno, en la comedia Una noche en un music-hall inglés.
»Hace ya bastante tiempo que a alguien se le metió en la cabeza que yo podría hacer comedias cinematográficas y aquí estoy. Sí, estoy comenzando un nuevo modo de hacer comedias, que creo batirá a cualquier otra cosa hecha antes.
»La primera vez que me vi en una pantalla estaba decidido a abandonar. No puede funcionar, pensé. Luego lo consideré de nuevo y me dije: "Hasta aquí hemos llegado". Pero, con gran extrañeza para mí, algunos juzgaron que la película era un puntazo. Yo había pensado siempre trabajar en el drama y fue la sorpresa de mi vida cuando comencé con todo este tema de la comedia.
»Yo sé, ahora, por qué mi comedia es buena, si me disculpa por decir esto, pero no sé cuándo empecé. En cierta ocasión, iba en un tren de San Francisco a Los Angeles y me encontré con un conocido. Me dijo, cuando nos bajamos: "Quiero llevarte a ver una comedia en el cine". Cuando la vimos, me vi ahí en la pantalla y me dijo: "El protagonista estaba loco de remate, pero puede expresarse a través de la comedia". No me reconocía realmente. Loco como un zorro, como los estadounidenses dicen, pero tengo la voluntad de hacerlo mientras pueda no tener que ingresarlo en un manicomio y pueda mantenerlo sobre un escenario».
Cuando le pregunté al señor Chaplin acerca de qué era una comedia, puso una cara larga, larga y seria.
«Realmente se trata de un asunto serio», me dice, «aunque no debe ser tomado seriamente. Todo suena a paradoja, pero no lo es. Es un estudio serio sobre los personajes; es un estudio duro y difícil; pero para que una comedia sea un éxito, debe parecer fácil, espontánea y que no pueda ser asociada a la seriedad.
»Yo ideo la trama y estudio los personajes íntegramente. Es por esto que sigo al personaje que quiero representar durante kilómetros, o me siento y lo vigilo mientras trabaja, antes de intentar imitarlo. Por ejemplo, hace poco representé a un barbero. Fui y me corté el pelo, cosa que no soporto. De hecho me lo dejé crecer hasta que los chavales se rieron de mí por la calle. Entonces, me sometí a esa carnicería, a ese sacrificio.
»Así que me fui a una barbería repleta de gente. Mientras esperaba mi turno, vigilaba los gestos del barbero. Los estudié con exactitud para copiarlos. Luego, lo seguí hasta su casa; era un buen andarín y recorrimos tres millas, pero quería conocer cada uno de los detalles de su personalidad.
»Con la imagen en mi cabeza, me puse ante la cámara sin la menor idea de lo que hacer. Intenté dejarme llevar. Yo era el personaje que estaba representando y probé a actuar como previamente pensaba que el personaje debía actuar, bajo las mismas circunstancias.
»Usted puede comprender que, mientras la cámara está rodando, no hay mucho tiempo para pensar. Hay que actuar en el momento. En apenas cien metros de película no hay tiempo para vacilaciones.
»De este modo, creo que se puede ser más espontáneo que estudiando con detalle todos los aspectos de antemano. Eso, en mi opinión, es fatal. Hace que la película resulte artificiosa o poco natural.
»De hecho, la naturalidad es el requisito más importante de la comedia. Debe ser tan real y verdadera como la vida. Creo absolutamente en el realismo. Las cosas reales atraen a la gente con más rapidez que lo grotesco. Mi comedia es como la vida misma, con pequeñas variantes o exageraciones, puede decirse, pero que son hechos que podrían ocurrir en cualquier momento, bajo ciertas circunstancias.
»La gente quiere la verdad. En el corazón humano, por unas u otras razones, hay amor por la verdad. Se debe dar la verdad en la comedia. La espontaneidad ha de golpear la verdad nueve veces de cada diez y yerra donde con frecuencia el trabajo meticuloso no existe.
»Pero hay un lugar y un tiempo para cada cosa. Aun en las comedias de payasadas hay arte. Si un hombre pega a otro, de un cierto modo y en un momento psicológicamente adecuado, es divertido; si lo hace en un momento anterior o posterior ya no es lo mismo. Siempre hay una causa por la que se desencadena una risa. No obstante, ejecutar un truco inesperado donde el público espera una secuencia lógica puede echar abajo la casa. Igual no funciona.
»Son las pequeñas cosas las que causan las risas. Las travesuras peculiares, las pequeñas acciones son las que producen los éxitos.
»La comedia cinematográfica está aún en su infancia. En los próximos años espero ver tantas mejoras que usted difícilmente reconocería la comedia actual».
Entrevista realizada por Victor Eubank en 1915.
Publicada en “La soledad era el único remedio : conversaciones con Charles Chaplin”, edición de Kevin J. Hayes. Confluencias, Almería, 2014.
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