viernes, 18 de agosto de 2023

Entrevista con Hugo Fregonese (1960)

El hombre que con un solo film se va a jugar todo su prestigio, no sólo en España, sino en todo el mundo, está ahora sentado a nuestro lado. Su nombre es Hugo Fregonese, y si en España conocemos las dos películas que le elevaron, desconocemos casi todo lo que ha hecho después. Hace ya tiempo, bastante, que en el Cineclub VINCES, cuando lo llevaba estupendamente José María Latiegui, se puso un programa dedicado al “Cine y al Ballet”. Aparte de un documental inglés en color, “The Dancing Fleece” y de todo el ballet principal de “Las zapatillas rojas”, se proyectó otra película dedicada a este arte y, cosa extraña, de habla castellana. Era “Donde mueren las palabras…”

La película gustó y de su distribución mundial se encargó la Metro. Se llevaron a su director a Hollywood, y Fregonese pasó allí un año en espera de que le asignasen una película. La ocasión no se presentó y el joven director argentino volvió a su país, donde hizo “Apenas un delincuente”, uno de esos films que soportan mal el paso del tiempo, pero que mantienen siempre el tono de sinceridad que su director puso.

—¿Qué le parece ese nuevo cine argentino post-peronista que tanto entusiasmo ha despertado en gran parte de los críticos solventes de Francia e Inglaterra?

—Conozco sólo a los hombres que lo hacen, pero las películas no las he visto. Además, me falta una visión de conjunto del cine y del país hoy día. Desde 1949 no he vuelto. Torres Nilsson fue ayudante mío y Ayala también lo era cuando yo partí para Hollywood. Son, desde luego, hombres inteligentes.

—¿Cómo fue ese famoso episodio de la compra de su propio contrato a la Universal?

—Lo hice por huir de algo que me da pánico en cine: el encasillamiento. Cuando se dicen estas cosas en Europa, no creo que nadie las dé la importancia que realmente tienen. En Hollywood uno hace un «western» que gusta y ya no le dan otra cosa que no sean «westerns». Si uno tiene la suerte de conseguir hacer un film policíaco para variar, entonces tiene que huir de una lluvia de ofertas para hacer cine policíaco. No se puede hacer usted idea de lo que eso representa. Yo compré el contrato que tenía con la Universal por siete años a costa de no cobrar las tres películas que ya les había hecho.

—Pero ¿se podrán rechazar ciertos guiones?

—Naturalmente, pero entonces el director pasa a una especie de estado de rebeldía y mientras dura esa actitud, ni cobra sueldo ni tampoco corre el contrato. Viene a ser como un partido de fútbol, en que se descuentan los minutos de las interrupciones. Le digo que el director en Hollywood cuenta muy poco. Los contratos no dejan un solo resquicio.

—Sí, he leído un poco de lo que le sucede a Richard Brooks, cuyo contrato con la Metro, o ha acabado o está a punto de acabar. También él se ha visto en una situación penosísima teniendo que aceptar las condiciones que le imponían a partir de los guiones.

—Yo, después de la Universal trabajé para Stanley Kramer y el cambio fue muy saludable para mí.

—Sí, fue cuando hizo «My six convicts»; por cierto, ¿cómo se trabajaba con Kramer como productor?

—Yo, como le he dicho, muy bien. Kramer llevaba todo el film dibujado y preparado hasta en el menor detalle, y esto le permitía rodar a mucha velocidad. Yo tuve toda la película dibujada ángulo por ángulo y preparada al máximo, pero antes de empezar hablé con él. Le dije que todo eso estaba muy bien, pero que yo era latino y que no concebía el cine como la industria de calzado o la de automóviles; por tanto, pensaba dejar bastante a la improvisación. Y así lo hice. Kramer fue condescendiente, se dio cuenta de que era mejor hacerlo así y me permitió hacerlo. «My six convicts» es una de las películas mejores que he hecho y la rodé en el tiempo que Kramer había fijado, aun con los exteriores en San Quintín, donde nos permitieron rodar dentro de la prisión donde actualmente está Chessman.

—Y respecto a las estrellas, ¿sentía mucho la presión de sus exigencias en Hollywood?

—En eso de las estrellas hay un poco de mito. La verdad es que las estrellas cuentan poco. Todos los que hacen la película cuentan poco en la maquinaria de las grandes empresas productoras. Yo he trabajado con las dos mujeres que han tenido fama de más «difíciles» en los últimos años: Joan Fontaine y Shelley Winters. Con la segunda opté por llegar a un acuerdo antes de empezar. «Mira, Shelley —la dije—, yo tengo que dirigir esta película porque es un encargo del Estudio. A mí no me gusta. Más vale que me digas si estás dispuesta a colaborar conmigo o no; de esa forma yo podría rechazar la película antes de empezarla siquiera.» Contestó que ella quería hacer el film, sólo que había una escena que no la gustaba del guion. «Bueno, pues comenzaremos por ella y no la rectificaremos.» Shelley accedió no muy convencida, y llegado el primer día de rodaje, hubo un serio disgusto. El buenazo de Joseph Cotten, que trabajaba con ella en la película, no sabía qué hacer para que el rodaje siguiese. Yo planté la película y me fui. Al llegar a la puerta del Estudio, el policía de la entrada me dijo que los jefazos del Estudio me querían ver; ya preveían que iba a haber dificultades, y llamando aparte a Shelley la convencieron. Luego, ésta decía: «Ustedes, los latinos, tienen un genio…»

Hablamos ahora de otras películas que Fregonese ha hecho en América o por cuenta de compañías americanas: «Apache Drums» (1951), «Untamed Frontier» (1952), «El signo del renegado», «Murallas de silencio», «Soplo salvaje», «Martes negro».

—Usted ya hizo un film en España, creo que se llamaba aquí «Tres historias de amor» y estaba basado en el Decamerón de Boccaccio…

—Sí; por cierto que aquí vieron algo así como la mitad de la película.

—De ésa se vio la mitad, pero del resto de las que ha hecho, la mayoría no se han proyectado en España, y eso teniendo en cuenta que son películas americanas, y de ésas nos llegan muchas, aunque no siempre las buenas. Más bien casi nunca las buenas…

* * *

Fregonese es un hombre que huye no sólo de que le clasifiquen, sino hasta de definirse como artista. Las preguntas que le hacemos en torno al cine, buscando que diga aquello que nos puede permitir conocerle, saber qué quiere en cine, no tiene nunca la contestación precisa para facilitar ese conocimiento. Si fuese el hombre que esta imprecisión deja adivinar, nuestro Cervantes no estaría en las mejores manos pese a la confianza que tenemos en el guion de Carlos Blanco. Pero más que esto, Fregonese da la impresión de un hombre que sólo ahora escapa a diez años de películas en que ha tenido que hacer muchas sin sentido, en el temor de que le clasificasen pasar de un tipo de cine a otro sin poder nunca hacer quizá la película que de verdad le entusiasmase, como le entusiasma ahora «Don Quijote». En ese estado de cosas, no es de extrañar que Fregonese nos haya dicho que el cine para él es un «hobby» por el que además le pagan.

Se habla ahora de algunas películas que los americanos han hecho en España y sale «Salomón y Saba»…

—Me han dicho que el pobre King Vidor se limitaba a dirigir las escenas como deseaban los actores del film. Es una pena, pero uno encuentra a menudo en Hollywood el tipo de hombre inteligente que se da por vencido en su lucha con los Estudios y acaba por aceptar la postura de hacer las cusas justamente como quieren que las hagan, sin poner nada propio. ¿En “Don Quijote” se limitará a usar el color o será usado éste en una función expresiva?

—Me alegro que me pregunte esto. Pienso hacer que el color sea un personaje de primera importancia en todo el film. Tengo un «récord» en el uso del color. En Hollywood quise rodar una escena en el interior de una capilla y quise dejar todo en penumbra con las velas encendidas como única iluminación. Los técnicos se llevaron las manos a la cabeza, pero cuando tuvimos positivo se vio que no era ninguna locura. En el campo de la iluminación en color habrá que acabar con muchos «tabús».

Fregonese nos habla ahora de la India, donde ha rodado una película con Stewart Granger. Habla de las diferencias sociales, del atraso en que aquella gente vive y de la misma felicidad en su atraso por desconocer una vida mejor. «Me gustaría hacer una película sobre esa India maravillosa que ahora hace esfuerzos por elevarse.»

—¿No le agradaría hacer también un film en Argentina?

—Sí, quisiera hacer un film argentino que contribuyese al conocimiento de mi país y de los que en él viven, un film de mucho entusiasmo.

— ¿Qué es lo que le atrae, la línea que une los diversos temas, en las películas que ha hecho?

—Ante todo, lo que me ha interesado dentro de las condiciones en que he trabajado hasta hoy es la humanidad de los personajes que vivían una historia, el que se pudiese creer en ellos.

* * *

Quedamos en volver a encontrarnos cuando «Don Quijote» se esté rodando. Creemos que, entonces, iniciada ya su nueva etapa—incluso más dueño del cine, que él considera que nunca se acaba de aprender—, nos habla de su postura de artista ante un medio tan maravilloso. Entonces habrá salido quizá de esa influencia que el cine que ha hecho hasta hoy sigue ejerciendo sobre él. Será el momento en que encontremos al hombre de «Apenas un delincuente».

Juan Cobos

Film Ideal nº 41, febrero-1960

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