miércoles, 23 de agosto de 2023

Orson Welles

Orson Welles (Kenosha, Wisconsin, 1915-1985) dijo en cierta ocasión que había sido educado en la religión católica y que nunca logró liberarse de ello. Pues bien, a juzgar por sus películas, la comunidad cristiana a la que perteneció debió de estar compuesta por brujas y hechiceros. Welles nunca está contento. Sus personajes (Kane, Falstaff y los demás), tampoco. Los escasos momentos en que asoma la alegría, ésta se ve forzada, afectada, reducida a una mueca. La vida es algo espantoso o, cuando menos, extraño. A excepción de Anne Baxter y Joseph Cotten en The Magnificent Ambersons (El cuarto mandamiento, 1942), las personas son una porquería; en especial, aquellas a las que uno ama, y nosotros mismos los primeros. Sus films son dolorosa e intencionadamente desagradables, con imágenes retorcidas y unas bandas sonoras que chirrían y exasperan los nervios a cualquiera. Welles es un maniqueo sin buenos principios con los que combatir la oscuridad. Se puede decir que sus películas tienen un diseño, pero no un esquema dramático. Su concepción de la trascendencia se basa en la ironía; una ironía estridente, como bien lo demuestra en el cuento sobre el escorpión y la rana que se narra en Mr Arkadin (Mr. Arkadin, 1955): el primero le pregunta a la segunda si puede atravesar el río montado en su espalda. «Pero me picarás, y tu mordedura es mortal», protesta la rana; a lo que replica el escorpión: «¿Dónde está la lógica de ese razonamiento? Si te pico, nos ahogaremos los dos.» Entonces la rana decide llevar al escorpión sobre su espalda y, en mitad del río, éste le clava el aguijón. «¿Dónde está la lógica de lo que has hecho?», acierta a decir la rana moribunda. «Mi carácter es así», replica el desahuciado escorpión, «y el carácter no tiene lógica alguna».

Tampoco la redención está presente en Welles, ni siquiera la de tipo existencial. Citizen Kane (Ciudadano Kane, 1941) es una incursión en el verdadero carácter de Kane, que se revela como un vacío completo. En la mayor parte de las otras películas de Welles, como en El cuarto mandamiento o en The Lady From Shanghai (La dama de Shangai, 1948), la trama versa sobre el derrumbamiento de un ego.

Welles como actor se parece a Kane como persona y a Welles como director; es decir, lo que nos muestra no es más que un ego pobre, que trata de hacerse con todo lo que le sea posible, en una pasión despiadada por satisfacer su vacío. Su aspecto físico, un cuerpo que parece estar «vencido hacia delante», causa la impresión, igualmente, de aplastarlo todo. Se puede argüir que Rossellini, Godard y Ford subrayan sus puntos de vista tanto como Welles; pero su mirada va más allá de lo que poseen o de su forma de entenderlo: es decir, las cosas les responden, se establece un diálogo. Pero en Welles, no. Todo lo que él ve está al mismo nivel que su subjetividad (se podría afirmar que, en este sentido, es el más «expresionista» de los directores), y ésta lo convierte todo en un vacío, o en algo extraño en el mejor de los casos. Aun así, él se cuidará bien de apropiarse de ello.

Lo que Welles hizo al catolicismo se lo hizo asimismo a John Ford, a quien consideró como paradigma y héroe. El estilo de Welles es el de Ford, pero hiperbolizado, privado de cualquier fe en la belleza. Como sostiene Jonathan Rosenbaum, Welles no es un director cinematográfico en absoluto, ni siquiera desde el punto de vista comercial, sino un habitante del subsuelo cinematográfico en donde se da rienda suelta a las obsesiones personales. Tras unos comienzos espectaculares en el teatro y en la radio y el hecho de ser el «niño prodigio» al que se le concedió el montaje final de Ciudadano Kane, fue una víctima del sabotaje, la calumnia y la mala suerte permanente. Sus once largometrajes estrenados representan tan sólo una fracción de su obra, inacabada o sin estrenar en su mayor parte. Aunque, pensándolo bien, un carácter como el de Welles lo que menos pretendía era ser popular.

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Traducción: Gloria Mengual

HISTORIA GENERAL DEL CINE, Volumen VIII - ESTADOS UNIDOS (1932-1955) [Ed. Cátedra, 1996]

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