Marius fue
producida por Paramount y rodada en los estudios de Joinville por Alexandre
Korda. Fanny fue producida por el
propio Pagnol en asociación con Établissements Braunberger-Richebé y rodada en
los estudios Billancourt por Marc Allegret. César,
el único de los tres episodios escrito directamente para el cine, fue producido
en solitario por "Les Films Marcel Pagnol" y dirigido únicamente por
Pagnol en sus estudios de Marsella y en localizaciones de los alrededores. Un
progreso directo y lógico de un amante del cine hacia la independencia
absoluta. Tras la conmoción que supuso descubrir el cine sonoro, Pagnol no
tardó en comprender que el éxito de una película dependía en gran medida de la
calidad y la coherencia de su organización de rodaje, así como del grado de
control que el director pudiera ejercer sobre dicha organización. Vista hoy, la
trilogía parece un solo largometraje muy homogéneo a pesar de las condiciones
bastante diversas en las que se rodó, y en el que resulta casi inútil intentar
determinar cuál es el mejor episodio. Fanny
es ligeramente superior (a pesar de ser algo menos dramática) en cuanto al
equilibrio entre los interiores y los raros y preciosos exteriores que bañan la
película en la atmósfera de la ciudad y del puerto que marcan para siempre sus
aventuras. La realización de César es
un poco más elaborada y un poco menos lograda, con algunos
"desahogos" innecesarios, como el episodio burlesco de la aparición
de Raimu en el cortejo fúnebre de Panisse con un sombrero que le queda pequeño
y que no es el suyo. En cuanto a la fuerza mítica de los personajes, Marius es evidentemente el ganador. A lo
largo de esta saga familiar y tribal, Pagnol tiene una doble mirada sobre sus
personajes. Son figuras muy pintorescas y exóticas en una fábula regionalista y
muy particularizada que sólo podía tener lugar en una pequeña y muy estrecha
parte del planeta. También encarnan tipos universales encargados de expresar,
para un público lo más amplio posible, temas eternos como el conflicto generacional,
el amor compartido pero imposible, el contraste entre la ensoñación romántica
(el desilusionante deseo de estar en otra parte) y la banal plenitud de la
realidad cotidiana. Idas y venidas constantes entre lo particular y lo
universal, emoción y distancia irónica: éste es el arte de Pagnol. Esta saga no
habría gustado tanto al público si no hubiera estado animada, de principio a
fin, por una especie de suspense sentimental. Pagnol, como verdadero
dramaturgo, reivindica a cada uno de sus personajes por turnos, y a veces
contra todos los demás (la trilogía carece, en efecto, de villanos y de chivos
expiatorios). Pero al público le habría gustado -y en esto reside el suspense
de la película- que al final prevalecieran las razones de Marius y Fanny, no
por separado, sino al mismo tiempo. El final del primer episodio muestra la
marcha voluntaria de Marius y su triste separación de Fanny. El final del
segundo episodio ve cómo Marius se marcha de nuevo, esta vez contra su
voluntad, y otra separación. Al final de César,
Marius y Fanny se marchan, por fin, juntos. El público llevaba cinco o seis
años esperándolo, habiendo participado con su entusiasmo y lealtad en el
desarrollo natural, casi orgánico, de la obra. Los personajes de esta trilogía,
como todos los grandes personajes de ficción, probablemente habían acabado
escapando a su autor; no escaparon al público, responsable de su desarrollo, de
su reaparición y de su inmortalidad. En todas partes, Pagnol, como clásico
instintivo que era, buscaba la economía: en la trama, cuya sencillez bíblica
permitía un desarrollo profundo de los personajes; en su negativa a añadir
nuevos personajes a nuevos episodios, evitando así que el hilo grueso y tenso
de la historia inicial se lastrara con desarrollos de folletín; en la presencia
de la ciudad, a la vez discreta y prodigiosamente concreta. Sólo el diálogo
permite la prolijidad. Revela, para gran deleite del público, el carácter y las
emociones de los personajes. Todos son parlanchines, cómicos, mentirosos, que
hablan tanto para ocultar sus sentimientos como para expresarlos. Su locuacidad
es un efecto tanto de su modestia como de su naturaleza expansiva. A través del
diálogo, Pagnol satiriza a veces a sus personajes, resaltando su ignorancia, su
astucia, su mala fe: y el texto que sale de sus bocas es entonces humorístico,
realista y tan concreto que podría estudiarse sólo por su valor documental y
etnológico; a veces, cuando están conmovidos o descontentos, Pagnol los lanza
en diatribas cuyo lirismo, impulsado por una poderosa respiración, se eleva
entonces muy por encima del realismo y del regionalismo. Estos cambios de tono
son a menudo deslumbrantes. La voz, la entonación y la interpretación de Raimu
son, por supuesto, donde mejor se manifiestan. El segundo anterior, el espectador
seguía riendo, atenazado por el relieve y la densidad de estos personajes tan
concretos, y aquí se ve de pronto propulsado hacia las nubes, hacia la poesía y
lo universal.
Jacques Lourcelles
"Dictionnaire du Cinéma - Les Films" (Ed. Robert Laffont, 1992)
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