sábado, 9 de diciembre de 2023

César (Marcel Pagnol, 1936)

Marius fue producida por Paramount y rodada en los estudios de Joinville por Alexandre Korda. Fanny fue producida por el propio Pagnol en asociación con Établissements Braunberger-Richebé y rodada en los estudios Billancourt por Marc Allegret. César, el único de los tres episodios escrito directamente para el cine, fue producido en solitario por "Les Films Marcel Pagnol" y dirigido únicamente por Pagnol en sus estudios de Marsella y en localizaciones de los alrededores. Un progreso directo y lógico de un amante del cine hacia la independencia absoluta. Tras la conmoción que supuso descubrir el cine sonoro, Pagnol no tardó en comprender que el éxito de una película dependía en gran medida de la calidad y la coherencia de su organización de rodaje, así como del grado de control que el director pudiera ejercer sobre dicha organización. Vista hoy, la trilogía parece un solo largometraje muy homogéneo a pesar de las condiciones bastante diversas en las que se rodó, y en el que resulta casi inútil intentar determinar cuál es el mejor episodio. Fanny es ligeramente superior (a pesar de ser algo menos dramática) en cuanto al equilibrio entre los interiores y los raros y preciosos exteriores que bañan la película en la atmósfera de la ciudad y del puerto que marcan para siempre sus aventuras. La realización de César es un poco más elaborada y un poco menos lograda, con algunos "desahogos" innecesarios, como el episodio burlesco de la aparición de Raimu en el cortejo fúnebre de Panisse con un sombrero que le queda pequeño y que no es el suyo. En cuanto a la fuerza mítica de los personajes, Marius es evidentemente el ganador. A lo largo de esta saga familiar y tribal, Pagnol tiene una doble mirada sobre sus personajes. Son figuras muy pintorescas y exóticas en una fábula regionalista y muy particularizada que sólo podía tener lugar en una pequeña y muy estrecha parte del planeta. También encarnan tipos universales encargados de expresar, para un público lo más amplio posible, temas eternos como el conflicto generacional, el amor compartido pero imposible, el contraste entre la ensoñación romántica (el desilusionante deseo de estar en otra parte) y la banal plenitud de la realidad cotidiana. Idas y venidas constantes entre lo particular y lo universal, emoción y distancia irónica: éste es el arte de Pagnol. Esta saga no habría gustado tanto al público si no hubiera estado animada, de principio a fin, por una especie de suspense sentimental. Pagnol, como verdadero dramaturgo, reivindica a cada uno de sus personajes por turnos, y a veces contra todos los demás (la trilogía carece, en efecto, de villanos y de chivos expiatorios). Pero al público le habría gustado -y en esto reside el suspense de la película- que al final prevalecieran las razones de Marius y Fanny, no por separado, sino al mismo tiempo. El final del primer episodio muestra la marcha voluntaria de Marius y su triste separación de Fanny. El final del segundo episodio ve cómo Marius se marcha de nuevo, esta vez contra su voluntad, y otra separación. Al final de César, Marius y Fanny se marchan, por fin, juntos. El público llevaba cinco o seis años esperándolo, habiendo participado con su entusiasmo y lealtad en el desarrollo natural, casi orgánico, de la obra. Los personajes de esta trilogía, como todos los grandes personajes de ficción, probablemente habían acabado escapando a su autor; no escaparon al público, responsable de su desarrollo, de su reaparición y de su inmortalidad. En todas partes, Pagnol, como clásico instintivo que era, buscaba la economía: en la trama, cuya sencillez bíblica permitía un desarrollo profundo de los personajes; en su negativa a añadir nuevos personajes a nuevos episodios, evitando así que el hilo grueso y tenso de la historia inicial se lastrara con desarrollos de folletín; en la presencia de la ciudad, a la vez discreta y prodigiosamente concreta. Sólo el diálogo permite la prolijidad. Revela, para gran deleite del público, el carácter y las emociones de los personajes. Todos son parlanchines, cómicos, mentirosos, que hablan tanto para ocultar sus sentimientos como para expresarlos. Su locuacidad es un efecto tanto de su modestia como de su naturaleza expansiva. A través del diálogo, Pagnol satiriza a veces a sus personajes, resaltando su ignorancia, su astucia, su mala fe: y el texto que sale de sus bocas es entonces humorístico, realista y tan concreto que podría estudiarse sólo por su valor documental y etnológico; a veces, cuando están conmovidos o descontentos, Pagnol los lanza en diatribas cuyo lirismo, impulsado por una poderosa respiración, se eleva entonces muy por encima del realismo y del regionalismo. Estos cambios de tono son a menudo deslumbrantes. La voz, la entonación y la interpretación de Raimu son, por supuesto, donde mejor se manifiestan. El segundo anterior, el espectador seguía riendo, atenazado por el relieve y la densidad de estos personajes tan concretos, y aquí se ve de pronto propulsado hacia las nubes, hacia la poesía y lo universal.




Jacques Lourcelles

"Dictionnaire du Cinéma - Les Films" (Ed. Robert Laffont, 1992)

No hay comentarios:

Publicar un comentario