Una obra esencial, aunque poco conocida, de Mizoguchi.
Inmediatamente después de Utamaro y sus
cinco mujeres, El amor de la actriz
Sumako presenta ciertos aspectos esenciales del credo estético de
Mizoguchi, y en este sentido las dos películas se complementan admirablemente. Utamaro evoca el genio solitario de un
pintor del pasado; Sumako describe el
trabajo colectivo de una actriz (fallecida en 1918) y un director de teatro
casi contemporáneos. Por encima de todo, Sumako
es una película sobre la pasión, la intensidad de la vida que habita en los dos
personajes y les lleva a verse como indispensables el uno para el otro. Esta
intensidad barre por sí sola los anticuados rituales sociales en sus vidas
privadas, del mismo modo que sacude el polvo académico del viejo teatro en su
trabajo. En el mismo movimiento, es destructiva y liberadora; hay algo
despiadado en ella que el arte de Mizoguchi, ya extremadamente refinado en
aquella época, sabe hacer conmovedor. La quietud de los planos y el lugar que
ocupan los personajes en el encuadre crean una emoción cuyos efectos últimos
(véase la escena en la que Shimamura abandona a su mujer, su suegra y su hija)
siempre tienen lugar fuera de la pantalla, fuera del espacio del plano, y en
última instancia sólo existen en el corazón del espectador. Es en esta
película, en la que los personajes utilizan su fuerza al servicio de lo que
debe llamarse (aunque a menudo se ha abusado de la expresión) una religión del
arte, donde Mizoguchi, como en Utamaro,
y siempre a través de personajes, habla con mayor precisión de sí mismo.
Jacques Lourcelles
No hay comentarios:
Publicar un comentario