miércoles, 20 de diciembre de 2023

Henry King: El aire de las cumbres (1978)

Henry King es uno de los cinco centenarios del cine americano, junto con Dwan, DeMille (1), Ford y Walsh: entre todos condensan lo mejor que nos ha dado el cine americano. Centenarios en términos de obras, si no de edad, su longevidad, jalonada de películas apasionantes de todas las épocas, es ya un indicio de su generosidad creativa, y un antídoto contra el pesimismo.

De estos cinco caballeros no malditos, a quienes han traído sin cuidado los signos exteriores de la gloria cinematográfica (2), King es el más reservado y modesto. Su carrera expresa a la perfección el retraerse típico del director hollywoodense que no se preocupa por poner su "nombre por encima del título", según la reivindicación bastante discutible de Capra. Pero si pensamos por un momento en la resonancia y la importancia histórica de tantas películas de King, en los fabulosos presupuestos de los que se beneficiaron varias de ellas, en la libertad casi constante -e insólita- de la que King disfrutó durante sus cuarenta años de carrera en una de las grandes compañías americanas, lo que le habría permitido destacar más que nadie, esta discreción resulta sorprendente. En cualquier caso, demuestra la voluntad firme del autor por quedar atrás, y una higiene creativa más que encomiable hoy en día, cuando el director tiende a convertirse en la estrella más molesta del circo cinematográfico. Puede que este retraimiento le hiciera un flaco favor, ya que le impidió atraer la atención que merecían sus películas y, sobre todo, su permanencia. Pero ¿cómo criticar algo que, para él, más que un rasgo de carácter es una especie de luz que incide sobre la obra y le da una de sus dimensiones?

Es imposible abarcar el conjunto de la obra de King de un solo vistazo, hasta el punto de que parece haber querido ocultarse, como creador, tras la multiplicidad de objetos que estimulaban su curiosidad. Un sumario repaso topológico de esta obra mostraría rápidamente su extraordinaria variedad, tanto histórica como geográfica y social (3), sorprendente incluso en un país en el que los cineastas nos tienen acostumbrados a ella. Pero mientras muchos artistas gastan parte de su energía en proporcionar al espectador (y a la crítica) signos de reconocimiento, claves tranquilizadoras, el único objetivo de King era componer una especie de atlas de su país y de ciertas tierras extranjeras que es también un libro de historia por cuyas páginas circula, desde los tiempos bíblicos más remotos hasta nuestros días, todo un pueblo de hombres y mujeres de condiciones, vestimentas, actividades y sueños infinitamente diversos.

Inapreciables a primera vista, es decir, no superficiales, las líneas de fuerza que surcan las profundidades de este universo no son menos nítidas ni menos interesantes. En el plano humano, King se interesa por dos tipos de seres: los humildes, las gentes sencillas, los anónimos que han tejido la trama de la historia de los pueblos desde la noche de los tiempos, y, junto a ellos, a menudo en su seno, los genios, los inventores, los científicos, los exploradores, los santos, los grandes solitarios, todos aquellos que han cambiado secreta o espectacularmente la faz de las cosas en su época. Dentro de su variedad, un perpetuo acto de equilibrio anima esta obra, que oscila significativamente entre estos dos polos: genialidad y humildad. Y quizá nadie haya mostrado mejor que King la humildad propia del genio y ese tipo de genio que se necesita tener para ser humilde. Y es que, lejos de oponerlas, King buscó cuanto podía unir estas dos caras permanentes de la humanidad. Este punto común parece haberlo encontrado a menudo en una especie de obstinada buena voluntad que brota de las entrañas mismas de sus personajes, y que generalmente les hace la vida difícil. A dónde les llevará, además, es su historia, y la historia común de las películas de King, como veremos más adelante. Lo que también tienen en común estas dos categorías de seres, gracias a esta buena voluntad visceral, es precisamente que aparecen como "individuos representativos", término que expresa su doble modo de existencia. Individuos, es decir, independientes, responsables sólo ante sí mismo (4) - representativos de sí mismo por tanto. Pero también son representativos de su tiempo y del lugar en el que viven: y si King era tan bueno retratando las características de un determinado estado norteamericano, de una determinada pequeña comunidad rural o urbana, es porque para él la fuerza de carácter de sus personajes es el mejor cemento de esa comunidad, al mismo tiempo que es, en su obra, la mejor introducción posible al conocimiento de esa comunidad. En la mayor parte de su obra, por una ósmosis a la vez poética y realista (de la que In Old Chicago es el mejor ejemplo), los conflictos íntimos de los personajes reflejan e incluso atañen directamente a la vida de la sociedad y al entorno en que nacen. Esta obra ignora en general la distinción entre vida privada y pública, y no puede ofrecer una descripción social que no sea moral en su esencia: en efecto, la perdurabilidad de cualquier grupo humano no puede tener para King otra base ni otro origen que el moral, a partir del cual se organizará la profusión documental de su narrativa.

También los genios (inventores, exploradores, etc.) experimentan esta doble representatividad. Representativos de sí mismos por la originalidad de su obra y su visión, no son menos representativos de su época y su entorno, porque incluso los más solitarios responden, en su destino, a una llamada tácita del público y del mundo que les rodea. En su caso, este vínculo con el mundo es aún más estrecho y poderoso que para el común de los mortales, ya que los personajes más queridos por King son aquellos a los que todo egoísmo les es ajeno. Entre las conquistas que propicia la ambición, le interesan casi exclusivamente las que afectan y transforman profundamente la realidad social, del mismo modo que las energías individuales le fascinan sobre todo en la medida en que son capaces de desencadenar esas transformaciones con repercusiones universales (barcos de vapor que sustituyen a los de vela en Little old New York, el desarrollo del sistema de seguros en todo el mundo en Lloyds of London, un nuevo estilo de música popular que conquista el corazón de las masas en Alexander's ragtime band). A veces le gusta imaginar que fue una asociación particular entre los genios y los humildes lo que hizo posible una de estas transformaciones (cf. la magnífica, aunque totalmente novelesca idea, de cómo los sueños del ingeniero Fulton se hicieron realidad en Little old New York gracias a los ahorros y la cariñosa devoción de una encargada de taberna).

King es también un pintor de vocaciones sublimes, de misteriosas llamadas de las profundidades de la tierra o de los cielos. Como tal, a menudo hace que sus películas parezcan viajes de exploración. Exploración hacia las tierras lejanas, quizás inaccesibles, de mundos visibles e invisibles, que para él son una misma cosa; exploración también hacia los bordes mismos del ser, hacia los límites de las posibilidades humanas, y cuya principal razón de ser es precisamente transmitir un cuestionamiento de esos límites. Más allá de las espectaculares aventuras del relato de aviación, que King se olvida de mostrar, Twelve O'clock High ofrece, a través de cada una de sus secuencias, una reflexión sobre los límites de la resistencia humana (5), resistencia que proporciona una prueba concreta de la omnipotencia que la voluntad moral o espiritual de un individuo puede ejercer sobre los medios físicos que la naturaleza ha puesto a su disposición. Pero esos límites existen, y traspasarlos puede conducir a una desintegración de la personalidad, a una destrucción del equilibrio fundamental del ser, como indica la advertencia contenida en el anticlímax final de la película (la crisis nerviosa fulminante que sufre Gregory Peck tras su éxito). Es también el sentido de la película sobre Stanley arriesgándose a la aniquilación en su búsqueda de Livingstone, o la de Bernadette Soubirous cambiando de identidad a costa de un esfuerzo espiritual que pone en peligro su existencia.

En las películas de King, hay otra forma de traspasar los límites humanos, y es a través de una experiencia vivida preferentemente esta vez por las personas anónimas de esta obra. Esta experiencia es la del amor compartido. Es cierto que King no inventó el género de la "love story", tan antiguo como el propio cine, pero dado el talento y la intensidad con que lo ilustra, uno estaría tentado de decir que es así. El amor que se sobrepone a los años, a la ausencia (Seventh Heaven), a la pobreza (The Gift of the Magi), a las diferencias de condiciones sociales o de raza (Ramona, Love is a Many-Splendored Thing), es uno de sus temas favoritos. En particular, veía en el amor de una pareja lo que Chardonne podría haber llamado "lo sobrenatural más humilde", una superación misteriosa y cotidiana de uno mismo en comunión con el otro. A veces, este amor, para fructificar, tiene que contemplar la separación definitiva del objeto amado, como en el caso de Stella Dallas, obligada a sacrificar la felicidad de vivir con su hija a la felicidad de su hija y experimentando, en el apogeo de su amor, un sentimiento de frustración y desesperación casi intolerable. Aquí, en este movimiento de vaivén que transforma la plenitud en insatisfacción insoportable, nos encontramos en el corazón del universo de King. En efecto, su rigor moral y el clasicismo de su estilo no deben ocultar su verdadera naturaleza.

Es, ante todo, un moderno. Como historiador de las costumbres, vio que el destino de los estados y las sociedades sólo podía comprenderse a través de la descripción de las masas anónimas, pero en absoluto indiferenciadas, que los componían. Esta intuición de la importancia del hombre de la calle le permitió dar vida a todo tipo de comunidades con rasgos familiares, precisos y profundos. Como pintor de hombres ilustres y de algunos destinos oscuros pero excepcionales, le gustaba trazar vidas densas y plenas, hechas así por la acción, la creatividad, el sentimiento religioso o el amor. Pero ha demostrado que esta plenitud, lograda por diversos medios, conduce inevitablemente a un vacío del ser que es sin duda la prerrogativa del hombre -y su maldición- una vez traspasados los límites habituales de su experiencia cotidiana. Al igual que el aire enrarecido de las cumbres impone un entorno experiencial y unas condiciones de vida al límite de lo tolerable. En este sentido, el único de los jóvenes cineastas actuales que sigue sus pasos es Herzog en su película sobre Aguirre.

Artista completo, King fue el poeta de los que encuentran su lugar en este mundo -a veces después de no pocos contratiempos-: almas sencillas cuyas actividades y sueños van modelando poco a poco el entorno que les rodea (un campesino en su tierra en Tol'able David; un artesano que prefiere su pequeño pueblo sin prestigio a una ciudad famosa en Wait 'til the sun shines Nellie; un pastor que predica la palabra de Dios en sus montañas en I'd climb the highest mountain). Pero más que eso, fue el poeta de aquellos para quienes el mundo no tiene un lugar real que ofrecer, el poeta de esa parte del hombre que no es del todo de este mundo. Literariamente, hay un aspecto de su obra que podría situarse entre estas dos frases de Bataille ("El hombre es lo que le falta") y Marcel Raymond ("Hay una falta de ser que nos es consustancial (6)"). Pintor de la grandeza, de la concentración y de la sed de absoluto, pero también de los abismos que bordea, fascinado por los constructores pero consciente de la alfombra polvorienta sobre la que se deslizan los siglos, King ha sido lo contrario de un cineasta triunfalista a lo largo de su dilatada carrera.

Lo que es aún más notable es que este acercamiento al vacío, al abismo del ser al que conducen algunas de las experiencias-límite del hombre, siempre se ha negado a realizarlo en un estilo frenético, estruendoso o barroco. Para él, la calma del estilo clásico, perfeccionado en el cine desde mediados de los años treinta, era suficiente. Su obra es asombrosamente expresiva, con un sentido de la ubicuidad que procede de la hábil utilización de los diversos recursos del montaje clásico. En cada tipo de plano, King no oculta su preferencia por los que permiten establecer una ligera distancia con los personajes, desconfiando de los primeros planos por inmodestos y contrarios a la emoción general de la película, y utilizando con discreto virtuosismo los planos largos, pero que no vemos que lo sean. Su dirección de actores, precisa y conmovedoramente sobria, ha contribuido en gran medida a eliminar del mosaico de sus películas los golpes de efecto, los arrebatos dudosos y la exaltación del héroe en detrimento de su entorno, cosas que aborrece. Tanto en la dramaturgia como en el montaje, hace caso omiso de los trucos de enlace que ocultan elementos de la trama, que, por el contrario, debe entregarse íntegra al espectador en cada momento de su desarrollo. Este estilo directo y depurado, nacido en la época del cine mudo, se adapta tanto a los bajos presupuestos como a las grandes superproducciones. No se ha visto sorprendido por ninguno de los avances técnicos del cine (sonido, color, pantalla ancha), que ha absorbido sin perder un ápice de originalidad ni dignidad. Es un estilo que, si bien puede tardar en ser reconocido, parece sufrir poco el paso del tiempo. Empecé lamentando que la discreción del autor hubiera podido perjudicar a su obra. Por otra parte, King se habrá saltado así la etapa de la fama pasajera, la moda y el inevitable purgatorio. Su nombre, a salvo de las salpicaduras de la fama, también se habrá librado de las ideas erróneas, los prejuicios y los tópicos que oscurecen tantas obras más conocidas. Al no haber aparecido nunca como cineasta del momento, se convertirá fácilmente en lo que nunca ha dejado de ser: un cineasta de la eternidad, incomparable por la variedad de sus gustos y por su honestidad.

(1) Seamos precisos: por lo que respecta a DeMille, para llegar a la centena, hay que añadir algunas de las películas que supervisó o produjo…

(2) Algunos objetarán: ¿qué pasa con DeMille? DeMille construyó una leyenda en torno a sus películas y a su gigantesca escala, no sobre sí mismo, permaneciendo siempre muy discreto, como muchos cineastas estadounidenses, sobre sus verdaderas ambiciones e intenciones. Cineasta genial, su fama aún no está asegurada. Basta con echar un vistazo a las críticas del último Festival de Cannes, por ejemplo, y ver cuántas veces fue utilizado como repelente por periodistas sin tema. "Ah, no es DeMille", reza una crítica satisfecha de una película reciente, o "¡Menos mal que X no quería hacer un DeMille!", exclama aliviado otro crítico. Siempre citado, siempre insultado: tal vez sea otra forma de gloria, más duradera y más rara.

(3) Desde el punto de vista geográfico, la obra de King ha descrito ampliamente los estados de Kansas, Georgia, Maine, Nueva York, Misuri, Nueva Inglaterra, Carolina, Maryland, etc. Fuera de Estados Unidos, los siguientes países han aparecido en las tramas de las películas de King: Francia, España, Italia, Inglaterra, Rusia, Austria, Israel, India, Hong Kong, Sudáfrica, Jamaica, Canadá, México, Panamá, etc. En cuanto a las épocas, son más numerosas aún, y los oficios ilustrados por esta obra son innumerables. Sólo la obra de Michael Curtiz, otro gran desconocido, puede rivalizar en variedad con la de King. Pero mientras que Curtiz tiende a perderse en ella, de un modo que resulta fascinante, King la utiliza para trazar algunas líneas de fuerza que pueden encontrarse de un extremo a otro de su inmensa carrera.

(4) Lo que King detestaba en Fitzgerald (el héroe de su última película, Beloved Infidel) era precisamente el hombre que no era libre de sí mismo, y su lastimera búsqueda de la aprobación de los demás, como si el escritor buscara en los demás la imagen de su propia dignidad. Para King, sin embargo, la dignidad de cualquier hombre depende únicamente de sí mismo, y no necesita mirar más allá de su interior.

(5) Este tema de la resistencia humana ya se trata en las películas mudas de King, y en particular en la famosa Winning of Barbara Worth, la película en la que King reveló a Gary Cooper.

(6) Esta frase aparece al final de un relato autobiográfico ("Mémorial", José Corti, 1971) que narra una experiencia amorosa similar a algunas de las películas de King. Merece la pena citar el contexto inmediato, sorprendentemente próximo a la obra de King, en particular a sus melodramas: "La melancolía es un gusto por lo infinito, se parece al Eros platónico, da testimonio de la condición humana [...]. Estos baches, estas caídas en el vacío, no se deben únicamente a la inestabilidad de los nervios. Hay una falta del ser que nos es consustancial. La felicidad terrenal, por intensa que sea, está hecha de una parte imposible de apreciar del sueño de la felicidad; de la aspiración sin fin hacia el absoluto de la felicidad y su deslumbrante perfección, que apenas puede vislumbrarse."

Jacques Lourcelles

"Dictionnaire des films" (Ed. Bouquins, 2022)

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