por ALFRED HITCHCOCK
El capitán Cook al descubrir Australia debe de haberse sentido como yo cuando me piden que exponga mis ideas sobre cómo debería o podría ser el nuevo cine británico. ¿Cómo podemos dictar reglas para el desarrollo de un continente inexplorado?
Porque eso es lo que es el cine como medio de expresión. Es distinto de la novela, la obra de teatro, la música y el ballet. Quizás esté más próximo a la música y al ballet. Puede jugar con las emociones y deleitar la vista. Pero nadie puede decir, ni los directores británicos ni nadie, cómo acabaremos por usar las películas. El drama escénico ha tardado dos mil años en alcanzar su actual estado de perfección... ¡o imperfección! En menos de veinte años el espectáculo cinematográfico ha dado pasos mucho más rápidos. Pero todavía está lejos de ser un arte en el sentido en que pueden serlo la pintura y la escritura.
Es difícil decir hasta qué punto los constructores de una nueva industria cinematográfica británica pueden remediar este estado de cosas. Los americanos nos han dejado muy pocas historias para llevar al cine. ¿Y no dijo alguien una vez que en el mundo sólo hay seis argumentos?
Pero no hay ninguna razón por la que no podamos contar historias sobre chicos ingleses que dejan su pueblo y se abren camino en la gran ciudad; por qué no habrían de encontrarse y filmarse dramas rurales entre las montañas de Gales y los páramos de Yorkshire. Nuestra historia —nacional e imperial— constituye un maravilloso caudal de dramas cinematográficos. Y está el mar, nuestro patrimonio particular: no sólo la Armada sino el gran negocio de la marina mercante deberían hacerse un hueco en nuestras pantallas.
Quizás nuestra oportunidad más inmediata resida en un tratamiento más cuidadoso e inteligente de las historias cinematográficas. Los directores de cine americanos, a las órdenes de sus empresarios de mentalidad comercial, han aprendido mucho sobre iluminación en el estudio, la fotografía de acción y cómo contar una historia con claridad y soltura en imágenes en movimiento. Han aprendido, por decirlo así, a poner juntos los nombres, verbos y adjetivos del lenguaje cinematográfico.
Pero aunque no creamos que el cine vaya a ir más lejos como forma artística es evidente que debemos esforzarnos por encontrar el modo de utilizar estos nombres y verbos cinematográficos con tanta habilidad como los grandes novelistas y dramaturgos para conseguir determinados efectos sobre el público.
Un ejemplo histórico de lo que quiero decir fue el que introducía Charles Chaplin en su A Woman of Paris. En esta película cristalizaba una situación con sutileza y economía de tiempo, al hacer que su protagonista diletante saque un pañuelo de un cajón del tocador de su amante y al hacerlo deje caer el cuello de un traje de etiqueta. Con eso sabías todo lo que te hacía falta saber sobre su relación.
A Woman of Paris |
Hoy en día seguimos trabajando en esa línea de economía de medios para las películas. La dificultad estriba en que nuestro arte es comercial. No tenemos benefactores que financien las producciones que sólo una minoría del público está interesada en ver. Así que sólo podemos avanzar un poco —muy poco— más deprisa que la comprensión del público.
A veces uno se siente decepcionado al darse cuenta de que al aficionado medio se le escapan pequeños detalles, al parecer demasiado sutiles. Si el público aprendiera a dar más cosas por supuestas en la pantalla, la consecuencia lógica sería que los directores tendríamos más tiempo de pantalla para ocuparnos de las situaciones importantes de una película.
¿Qué pasará entonces en el futuro? No debemos olvidar que nuestra tarea es siempre la de proporcionar entretenimiento a los que pagan por ello. Las ideas de lo que es entretenimiento varían. El hombre que disfruta de las últimas novelas policiacas probablemente deteste la poesía. Pero, por suerte para el poeta, hacer un libro cuesta menos que hacer una película; muchísimo menos. Cuando tienes que gastarte cincuenta mil libras en una película tienes que hacerla de manera que guste a un montón de gente para poder recuperar tu dinero.
Pero supongamos que pudiéramos hacer películas realmente artísticas para la minoría de mentalidad artística. ¿No podríamos entonces hacer una película tan hermosa sobre la lluvia como el poema sinfónico que hizo Debussy en su Jardins sous la pluie? Y podríamos hacer una película maravillosa sobre el movimiento rítmico y la luz y las sombras a partir de estudios de las nubes; una especie de interpretación cinematográfica de The cloud, de Shelley. Esas cosas se han intentado hacer en el continente, donde con frecuencia hacen películas por amor al arte más que por los beneficios; hay incluso un productor alemán que hace estudios cinematográficos de cubos y círculos que cambian de forma mientras se mueven por la pantalla rítmicamente, como un cuadro cubista en movimiento. Pero esas cosas no son para el momento presente, aunque dan una idea de cómo el cine podría llegar a ser un medio artístico.
No obstante, no hay ninguna razón por la que no podamos utilizar estas imágenes rítmicas para expresar estados de ánimo y como fondos para nuestras historias en la pantalla. Me pregunto cuánta gente se da cuenta de que realmente intentamos reproducir estados de ánimo en nuestras películas. Lo llamamos "tempo", y prestando cuidadosa atención a la velocidad a la que representamos nuestras pequeñas obras intentamos realmente guiar a las mentes observadoras hacia el estado de ánimo adecuado.
Una comedia alegre interpretada lentamente puede producir la sensación de un desastre inminente, del mismo modo que un drama representado con demasiada ligereza nunca podría sugerir un ambiente de tragedia.
Y una vez decidido el "tempo" de la película tenemos que mantenernos fieles a él durante toda la historia o ésta avanzará a trompicones. El otro día tuve que rodar seis veces una pequeña escena de The Farmer's Wife porque los actores la estaban interpretando demasiado despacio para concordar con el tono de la película.
The Farmer's Wife |
Los directores de cine viven con sus películas mientras las están haciendo. Son sus criaturas, del mismo modo que la novela de un escritor es el fruto de su imaginación. Y eso hace que parezca todavía más seguro que cuando las películas sean realmente artísticas serán creadas en su totalidad por un solo hombre. Hoy en día ocurre a menudo que la historia del autor es escrita en forma de guión cinematográfico por otra persona, que puede haber sido supervisada a su vez por algún ejecutivo importante, luego rodada por otra, montada por otra y editada por otra.
¡Imagínense si las novelas se hicieran así!
Publicado originalmente en el London Evening News el 16 de noviembre de 1927. Traducción de Marta Heras para “Hitchcock por Hitchcock”, edición de Sidney Gottlieb. Plot Ediciones, Madrid, 2000.
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