Primera puesta en escena de Mankiewicz (quien antes de esto había escrito o producido más de cuarenta películas). Había desaconsejado a la Fox —que no le hizo caso— la compra de la novela de Anya Seton, principalmente debido a su gran parecido con Rebecca y a la cursilería del personaje de Turner. Aceptó dirigir la película sobre todo por la oportunidad de trabajar con Lubitsch, a quien admiraba enormemente. Lubitsch, productor-director en la Fox desde 1943, ya sentía los efectos de la enfermedad cardíaca que acabaría con su vida en 1947. En 1944 se vio obligado a abandonar el rodaje de A Royal Scandal, que pasó a manos de Preminger, y posteriormente confió la dirección de Dragonwyck a Mankiewicz, quien debía trabajar bajo su supervisión. Mankiewicz niega hoy haber tenido malas relaciones con Lubitsch y refuta formalmente la veracidad de las distintas anécdotas que circulan al respecto (como la supuesta petición de Mankiewicz a Zanuck para que prohibiera a Lubitsch estar en el set, y la versión de Lubitsch merodeando en secreto por los alrededores). En cualquier caso, el nombre de Lubitsch no apareció en los créditos. Según Vincent Price, Lubitsch pidió eliminar su nombre después de que Zanuck cortara ciertas escenas con la adelfa, que en verdad eran bastante oscuras (véase Kenneth L. Geist, Pictures Will Talk. The Life and Films of Joseph Mankiewicz). Gracias a la aportación y los consejos del director de fotografía Arthur Miller (con quien volvería a trabajar en Carta a tres esposas), Mankiewicz logra en esta ópera prima una obra sumamente controlada, tanto en el plano dramático como en el visual, que se cuenta entre sus obras maestras. Más que en la atmósfera gótica, se centra en el marco que permite resaltar la monstruosa soberbia de Nicholas Van Ryn, un sobreviviente de otra época. Además de una discreta sátira del snobismo aristocrático (véase la escena del baile donde Miranda se enfrenta a varias invitadas), el director expone a lo largo del filme su ideología liberal en oposición al credo y al comportamiento feudal de Van Ryn. En un universo de extraordinaria belleza plástica, todos los personajes, incluso los más episódicos, tienen profundidad, gracias al equilibrio del guion que permite que ninguno quede relegado. Gene Tierney encarna a una joven soñadora e insatisfecha, pero con los pies en la tierra en ciertos aspectos. Su personaje es ya un antecedente muy elaborado del que interpretará en The Ghost and Mrs. Muir, la obra maestra absoluta del director. Obra perfectamente digna de admiración y autosuficiente, incluso si ignoráramos la evolución posterior de la carrera de Mankiewicz, Dragonwyck nos fascina hoy sobre todo por la forma en que el autor perfila con gran claridad su visión de los dos sexos: el hombre, henchido de orgullo y empeñado en dominar el mundo como si fuera un escenario teatral; la mujer, atrapada entre sus sueños y la realidad, entre sus deseos y su sentido común, vulnerable y frágil, pero al final más fuerte y realista que muchos de sus compañeros masculinos.
Jacques Lourcelles
Dictionnaire du cinéma – Les Films
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